miércoles, 8 de enero de 2020

La taza

no sabés lo que esperé
para amar, para amarte
para dar calor, encontrarte
me duele que creas que es tan fácil
como darnos de la mano y tomar un té
sin tener en cuenta que la profundidad
de esa taza de porcelana que rápida y ágil
me hunde sin pensarlo o sin piedad
de la misma forma en que tus besos se desparraman en mi cara
y que tus manos me recorren la espalda
como si amar se reduciera en el acto simple,
el sinsentido de llegar hasta acá para nada más ni nada menos que no ser
todo eso que te ilumina a la noche
o hace que vos también me puedas querer

jueves, 5 de septiembre de 2019

204 y ¡chas!

Con un chasquido de tus dedos,
en el momento justo,
podrías parar el invierno,
resucitar flores muertas,
cambiar la rotación de la tierra
Con ese mismo chasquido,
dejaría de respirar,
de mirarte sin saber,
los árboles cambiarían a verde,
las estrellas no brillarían más
Y aunque no haya tal chasquido,
mi mente espera atenta
el ruido de tus dedos moviéndose
la perfecta sincronía de los dos
para complacer ese deseo
de simplemente pedir nada
pero de tener todo en mano
de hacer el bien a través del mal
de pasearte por mi espalda
y tímidamente volverme a besar

sábado, 20 de julio de 2019

Razones y hechos. Parte I.

Te quiero porque cada cavidad de mi cuerpo encaja en el tuyo como un rompecabezas, cuyas fichas no se pegan de la forma más exacta, pero aún logran unirse y congeniar, y mostrar una imagen abstracta sin par. Por la casualidad justa de existir en este mundo, que el Sol hace un lugar habitable, en el momento exacto donde nuestras manos pueden juntarse. Como se busca resguardo un día de lluvia, pero también como se camina bajo ella, mojando cada punto de mi ser en la cantidad precisa. Aunque el hilo esté roto, porque decidimos caminar a la par sin necesidad de atarlo, porque nos atrae algo más fuerte. Sin fuerza porque la fuerza no es necesaria: en cambio, con intensidad, con cariño, con suavidad. Porque tu ser me lleva a quererte, porque podría escapar pero decido no hacerlo, porque no importa cuánto pase: seguir llegando a vos se siente como despertar de la pesadilla gris que es no poder abrazarte.
Te quiero.

lunes, 15 de julio de 2019

Por no-amor.

Quererte me duele porque no te quiero; te sobre-quiero. A un nivel difícilmente igualable. Y mientras yo te quiero, vos me soltás. Mientras yo te cuido, y te deseo, vos me alejás. O te alejás. O ambas. Por amor, decís. Porque no querés amarme antes de estar preparado. Y lo entiendo, porque yo tampoco creo estar preparada. Realmente te entiendo. Y aún así, no termino de comprender cómo alejarme me serviría para quererte, si cuando te abrazo puedo escuchar tu sonrisa inflandose en tus labios, puedo ver tus ojos llenarse de alegría. ¿Cómo algo tan sanador podría compararse con alejarte, si, alejarte es todo lo contrario? Y a este punto empiezo a dudar de si realmente me querés porque, aún sabiendo que necesito tu cercanía, decidís distanciarte.
Por amor, decís. Para que no quererme, pienso yo.

sábado, 22 de junio de 2019

Línea 501, recorrido 34.

Se acerca el final del encuentro de una tarde que me gustaría poder congelar y revivir, o repasar, tantas veces como me dé la gana. Sin embargo, el reloj marca las siete y me tengo que ir, salir de la burbuja donde me meten tus manos, tus sábanas, tus chistes y tus besos, para volver a una realidad donde solo te tengo unas pocas horas que no me alcanzan para derretirme tanto como me gustaría, pero que igual valen (mucho mucho) la pena, aunque la única pena sea tener que partir de brazos.
Me abrigo con cierta pesadez pero al darme vuelta estás mirándome como la primera vez que me viste atarme el pelo, o la primera vez que me desperté a tu lado, la misma mirada que me dás cuando la película te aburre y preferís escrutar mi cara sin pudor alguno: esa mirada donde las comisuras de tu boca se curvan hacia arriba y tus párpados se ablandan, y la suavidad de tu piel se hace más evidente. Se me imposibilita no sentir cierto rencor porque ¿cómo puede alguien apaciguarme tanto con sólo observar cómo me pongo una campera?
Veo que tomás la llave fuerte, abrís la puerta, y en unos segundos estamos afuera. Mi cabeza se pierde pensando en que se está haciendo de noche y está fresco, hasta que siento tu mano deslizarse en la mía y todo se estabiliza.
Son casi cuatrocientos metros los que nos separan de esa esquina donde el colectivo dolorosamente me arranca de vos. Pero todavía falta, todavía puedo disfrutar de tu compañía unos minutos más.
Caminamos lento charlando de cualquier cosa: lo que pasó ayer, la canción que escuchaste la semana pasada y que me decís que busque pero que se me va a olvidar antes de llegar a casa y será otro problema porque pensas que no me interesa aunque sí lo haga, el perro del vecino, la lluvia de mañana. Tu voz corre y corre sin dar tregua -sos capaz de hilar seis temas en menos de un minuto-. Mientras todo esto me atraviesa las ideas, suelto una risita y vos dejás de hablar para mirarme y darme un beso en el cachete, que hace que la temperatura me suba (lo cual es muy útil porque tengo frío) y me ponga un poco colorada.
Doscientos metros. Una señora sale apurada con una bolsa de hacer las compras, otro señor baldea la vereda. El cielo cambia a anaranjado en menos de dos minutos y vos arrancás una flor de una casa cualquiera que automáticamente va a parar a mi pelo. Levantás mi mano (que aún está pegada a la tuya) y le das un beso, y adentro mío vuelvo a sentir esa caricia extraña que me revolotea sin cesar entre el estómago y el pecho.
Cruzamos la calle, solo quedan quince metros que nos separan de esa esquina -nuestra esquina-. En un pestañeo finalmente nos paramos allí a esperar. Me abrazás y agradezco no solo el mimo y la bocanada de tu perfume dulce, sino también el calor. No te quiero soltar. No importa que se haga tarde, no quiero, no puedo. Pero lentamente te alejás, y cuando te volves a acercar, el fervor me quema en los labios. Me agarrás la cintura sin cuidado, sabés cómo hacerlo: me acercás sin reparo, no te importa que nos vean. Y al abrir los ojos, ahí está esa mirada de nuevo. Inmediatamente mi mano te revuelve el pelo y baja lentamente hasta tu mejilla. Doblás la cabeza para mantener el contacto; sé que te gusta, te calma ese dolorcito interior de la incertidumbre y la lejanía que me rodean, y me parte en billones de pedacitos tener que dar un paso atrás cuando escucho que se acerca el colectivo. Infernal transporte, hace que me dés otro beso rápido antes de subir y alejarme de vos, otra vez. En ese segundo en que realizo la mecánica acción de pagar el boleto y sentarme, busco tu imagen a través de la ventana. Ahí estás, saludandome con la mano. Hago lo mismo mientras esa vista se aparta al doblar la esquina. Y da igual si estoy volviendo a casa, acabo de salir de mi hogar.

miércoles, 12 de junio de 2019

Física poco convencional.

La física que nos unió
tiempo, espacio, conexión,
calles y senderos,
el blanco y negro y algún bajón,
mecánica y oscilación.
Viaja en el vacío la luz,
¡te dije que eras un sol!,
choca en ocho minutos en tu piel,
llego a tu casa y me sonrojo,
en ocho minutos también
Objeto masivo y centro de atracción
un abrazo, un beso,
transferencia de energía por inducción,
cosquillas, ¡te espero!,
y en tu carita, reflexión.
Cargas positivas se repelen,
caminando de la mano,
velocidad, sin aceleración,
no queda nada, y en el vacío
la luz se propaga sin dirección.
En ocho minutos,
¡esperame!,
llego y toco tu piel,
con ese calor que irradia,
y vos sos!) el sol.

domingo, 2 de junio de 2019

Nada más.

Ya no te amo. En este tiempo entendí que amarte nos lastimaba más que no hacerlo, y aunque por momentos te extrañe, ansíe el calor dulce de tus abrazos y la suavidad de tus besos, muy dentro de mí sé que llevarlo a más, y amarte, nos hace sufrir más que no tenernos. Por mi parte no quiero ser más lo que te arañe los brazos y te deje sin aliento, o te estaquee en la cama la mañana de un sábado, o te presione el pecho impunemente. No es mi intención hacerte sufrir, por mucho que me hayas hecho llorar vos. No te amo y no es porque no tenga el deseo de hacerlo, ni porque no me gustes, ni porque no lo merezcas. Todo eso pasa, y aún así decido no amarte como terapia, porque amarte me lastima más de lo que me cura, y aunque vos no tengas la culpa, sino mi amor tonto y desequilibrado, elijo dolorosamente no amarte, por el bien de los dos.
Hace un tiempo que no te veo de la misma forma. Que no te busco en sueños ni miro tu cara en las fotos que guardo al final del cajón de la mesita de luz. Vos te merecés que te amen, y yo ya no lo hago, y quizá por eso yo merezco el hielo de tu lado. Pero también merezco que me amen como vos no lo hiciste, ni como vos lo haces. Te quiero hasta el punto en que la sangre entra en ebullición, allí donde se evapora y se convierte en el humo que nos dispersa las ideas y nos enamora desde el inicio hasta el final de nosotros mismos. En ese mismo punto está el abismo, y aunque miles de veces lo haya hecho, hoy decido no saltar en él; me voy a quedar en el borde esperando a sentirme mejor, y aunque quizá en otro momento decida saltar de nuevo, hoy estoy segura de que lo único que quiero es sentarme a mirar el paisaje, y pedirte que vos tampoco saltes por ahora, porque no me gusta verte estampado al final del vacío.
Lamentablemente una parte de mí siempre va a necesitar tu cercanía, porque quedaste grabado a fuego lento y cicatrices en mi interior. Sin embargo, me enorgullezco de decir que ya no te amo, que el sentimiento se extinguió en nuestro último beso en la frente, en nuestra última carta, en esa última vez que te tuve en frente a la vuelta de tu casa. Ya no me quedan comodines para jugar, no tengo monedas para apostarle a esto en lo que voy sola mientras a vos te acontece algo más importante, me quedé sin suspiros para dedicarte y se me vació el tanque de nafta como para ir a buscarte a donde vos mismo decidiste ir a parar. Ya no te amo y, aunque mis ganas de apretarte y pegarme a vos siguen siendo las mismas, esto que siento, sanador, me deja parada en el inicio, en la Tierra de la rayuela, donde todavía puedo tirar la piedrita y llegar a un Cielo donde las nubes no tengan el color de tu piel y el Sol no brille con la misma intensidad que tu sonrisa. No te amo, mi amor, porque me cansé de desgarrarme y luchar por una causa que no merece mi fuerza, ni mi voluntad. Y vos no sé, nunca terminé de saber. Te prometo que aunque no te ame, puedo sostener tu mano a los lejos, pero sin el apretón en el pecho de que te quiera más de lo necesario, porque ahí es donde los errores vuelven y el amor busca echar raíces de barro seco y no de semillas. Aún me quedan fuerzas, pero ya no puedo sostener tu alma dentro tuyo, porque quiero que el no amarte sea sanador para los dos, y yo estoy cansada de darte todo mientras de tu lado a duras penas llegan migajas. Espero que en algún futuro el amarte no me lastime como si tuvieses espinas alrededor, que esas mismas migajas se conviertan en abrazos bajo un jacarandá, aunque dudo que quieras y elijas volver a ocupar el lugar en mi interior que siempre va a tener tu nombre. Sin embargo, no te amo, y no me corresponde a mí arreglar las partes que no rompí. Quizá ese haya sido mi error en primer lugar, pero ya no sirve marcarlo, porque ya no te amo y no hay nada que puedas ahora (en este preciso instante que puede durar lo mismo que un suspiro, un invierno o una eternidad) hacer para cambiarlo.